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He contraído una terrible enfermedad

He contraído una terrible enfermedad, devastadora y que ha minado mis fuerzas desde sus inicios y con el paso del tiempo. He contraído una enfermedad que me ha mostrado un lado de mí que no conocía hasta hace poco, que se ha diseminado por todo mi cuerpo y que ha traspasado las barreras de lo físico, llegando hasta mi espíritu.


Se trata de una enfermedad de la cual yo ya tenía conocimiento y que, aun así, me arriesgué y tomé la decisión de seguir adelante. Es incurable, pues por más que he tratado no han desaparecido las huellas de tal padecimiento; y altamente contagiosa, ya que mis amigos más cercanos han sido quienes la han sobrellevado a la par de mi persona.


No hay vuelta atrás, desde mi primera experiencia supe que el desenlace sería este: toda una vida de ansiosas búsquedas, de interminables noches sin poder dormir pensando en el qué pasará, de los preparativos y las dudas, de los nervios y las emociones encontradas, del síndrome que deseo que padezcan todos a quienes conozco y aprecio: el amor por viajar.


Desde mi primer vistazo a lo que es subirse a un avión y despegar lejos de casa con rumbo a tierras canadienses, pasé por innumerables pruebas que la vida puso frente a mí, sin embargo, a cada paso que daba y con cada obstáculo que logré superar, mi sed por conocer más de lo que el mundo tenía por ofrecer creció de forma desmedida.


Un semestre en el sur de mi país marcó una diferencia en mi vida: me hizo conocer más de mí misma, estrechar lazos con mi mejor amigo y conocer a otros que, poco a poco, se convirtieron en mi familia, diseminada a lo largo y ancho de mi México, y traspasando el continente e incluso el océano hasta Estados Unidos, Brasil y Egipto.


Un año solamente fue lo que pude soportar sin mantenerme en movimiento, por lo que decidí aventurarme al otro lado del globo terráqueo y pasar un cuatrimestre en la Madre Patria, albergada junto a un nutrido grupo de mexicanos en una pequeña ciudad andaluza que goza de fama mundial: Granada. Con todo y el reto de sobrevivir al sistema educativo de Europa, tan alejada de mis raíces comprendí la importancia de los amigos y la nueva familia que formamos siempre que salimos de nuestro país. Entendí que los pequeños detalles que nos definen como mexicanos y que estando en casa pasamos desapercibidos, cobran fuerza mientras estamos lejos pero compartiendo experiencias con nuestros paisanos. Que la comida, las costumbres, el lenguaje y hasta nuestras debilidades como nación nos llenan de orgullo por el simple hecho de ser parte de nosotros.


Desde entonces, mi paso por España, Francia, Alemania, Italia, Suiza, Portugal, República Checa, Austria, Egipto, Ecuador y posiblemente, en el verano de este año, Colombia no ha sido otra cosa sino síntomas de esta irremediable pero reconfortante enfermedad que, para fines prácticos, he bautizado como: la enfermedad del periodista nómada.


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