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Los días de cosecha llegaron

Cinco meses en el extranjero como estudiante de intercambio se dice fácil: la hago de ñoña toda la carrera, hostigo a la encargada de becas e intercambios de la universidad, me gasto la quincena sacando copias de todos mis documentos, rompo la alcancía para pagar los vuelos, visas, etcétera en lo que se demora la beca en llegar (si es que la depositan durante la estadía), atravieso países y océanos en vuelos interminables... ¡Así de sencillo, así de simple!


La verdad es que culpo principalmente a todo ese proceso inicial por la baja cantidad de estudiantes que se atreven a dar uno de los pasos más importantes de su vida; ¿quién no se sentiría intimidado ante la inmensa cantidad de requisitos, documentos y etapas a seguir?, peor aún, ante la incertidumbre de un panorama que pinta como maravilloso pero que al fin y al cabo es totalmente desconocido.


Así me sentía yo un semestre atrás, llena de dudas, pero decidida a no dejarme vencer por el miedo, porque sí, aunque muchos me vean como la viajera valiente, ruda y temeraria, por dentro soy la típica chica que repasa una y otra vez la lista de cosas por hacer, la que no duerme pensando en qué pendiente queda por terminar, la que busca cientos de consejos y tips de otros estudiantes como yo, la que se emociona al escuchar las experiencias de los demás y se imagina a sí misma descubriendo el mundo por su cuenta.


Ahora, gracias a todo este proceso de "prueba y error" puedo decir que me siento un poco más preparada, y a la vez sedienta de más: más países por visitar, más gente por conocer, más comidas por probar, más de todo aquello que viene inherente a lo que empezó como un simple intercambio estudiantil y terminó siendo otra de las mejores experiencias de mi vida.


Me llevo en el corazón a todas aquellas personas que se convirtieron en mis amigos; a los lugares que me maravillaron; a los enojos, las tristezas y las preocupaciones que a la larga me ayudaron a crecer, a aprender de mí misma y de lo que soy capaz; me quedo con el conocimiento que toda aventura, buena o mala, me dejó.

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