Nervios, "ñáñaras", "cuscús"... mil y un sentimientos, que me hacen pensar en un arrepentimiento de última hora, me aquejan conforme los días para mi partida se acercan. Suelo ser una persona muy quisquillosa con los detalles, organizo este tipo de cosas de la "a" a la "z", leo mil veces las confirmaciones de los vuelos, repaso en mi mente las cosas que voy a necesitar, hago mi lista de "chucherías" por conseguir antes de marcharme... y así, de la nada, mando todo al carajo y digo "baah, aún falta mucho" y es en ese punto donde el "falta mucho" es devorado por un "ya queda una semana" y ¡voilá!, entro en pánico, me doy cuenta de que no he conseguido los regalos que tengo planeados llevar, mi maleta sigue en el mismo lugar que ha ocupado por un año desde que volví de Mérida, tengo una montaña de ropa sucia por lavar... pero ¡sí, oh claro que sí!, el monstruo de la desidia está cómodamente sentado sobre mí y, aunque quiera, no me permite mover ni un músculo en pos de resolver nada en absoluto.
Lo he pensado, y sí, he de confesar que me da miedo cruzar el océano y saber que, por los siguientes seis meses, mi hogar, mi familia, mis amigos y lo que considero mi vida estarán muy lejos; sin embargo, al mismo tiempo, me ilusiona pensar en todo lo que me espera, en las personas que conoceré, las amistades que nacerán, los lugares de los cuales me maravillaré; de esto tengo la certeza porque lo viví exactamente un año atrás, la diferencia ahora es que mi camino lo marcaré sola y no en compañía de uno de mis mejores amigos, será mi primera Navidad fuera de mi casa, mi primer cumpleaños, mi primer Año Nuevo, y eso me asusta tanto por el tan común miedo a lo desconocido; tan sólo espero poder leer estas líneas unos meses después y reírme de mis tonterías, contarle a mis amigos que dejo en México y a los que ansío conocer al otro lado del mundo que mis temores no eran más que "niñerías" y que, por fin, a tres años de haber iniciado mi carrera, cumplí la meta que me propuse en ese entonces.